Cada 8 de marzo nos encontramos en las calles para hacernos escuchar.
No es que no lo hagamos en otro lugar o en otro momento.
Al contrario: lidiamos a diario, sea en el espacio que sea, contra una corriente que, aunque más débil que antes —producto de largas y enérgicas batallas— todavía encuentra cauces por donde filtrarse.
Es por eso que el miércoles pasado volvimos a movilizarnos. Porque pareciera ser que nada alcanza para erradicar la violencia que sufrimos las mujeres y diversidades, en todos los ámbitos de nuestra vida. Es decir, la violencia no se reduce al maltrato físico únicamente, sino que es parte de una gran sistema que nos oprime y nos pone constantemente en desventaja.
En ese sentido, los reclamos de este año, en nuestro país, estuvieron ligados a dos grandes ejes: el económico y el judicial.
Por un lado, las consecuencias de los problemas que atraviesa Argentina nos afectan más a nosotras, dado la brecha salarial que existe respecto a los varones, sumado a la precariedad laboral, la desigual distribución de las tareas de cuidado y la falta de reconocimiento del trabajo comunitario.
Por otro, la justicia, que actúa de forma patriarcal, clasista y racista, nos impide acceder a un trato equitativo frente a la ley, como cuando, por ejemplo, se nos revictimiza al momento de realizar una denuncia por violencia de género o se nos dificulta dar curso a un reclamo por la cuota alimentaria.
Por otra parte, a nivel internacional, el reclamo estuvo vinculado con la brecha digital: no sólo en relación a la violencia en línea, sino también respecto al desigual acceso a la educación digital así como a la falta de perspectiva de género en la innovación dentro de la tecnología. Situaciones que resultan un obstáculo tanto para nuestras propias vidas como para nuestra participación en la gobernanza.
Si bien cada año la consigna es diferente, hay algo que nunca cambia: la urgencia por terminar con la desigualdad.
Alzar nuestra voz y exigir que se acelere el esfuerzo por conseguir un mundo digital —pero también real— más seguro, inclusivo y equitativo es indispensable para el desarrollo de una sociedad justa, igualitaria y sustentable.
Paula Dorin