Cada 15 de marzo, se celebra el Día Internacional del Consumo Responsable: un día que nos invita a reflexionar sobre nuestro modelo de consumo actual (basado en la compra y el descarte compulsivos) y a pensar posibles alternativas que tengan en cuenta el impacto sobre el ambiente y sobre el planeta.
En ese sentido, si bien la cadena productiva no depende directa ni únicamente de nosotros, nuestro papel como consumidores es fundamental.
Consumir responsablemente implica entender que los bienes ambientales que se necesitan para producir no son renovables, es decir, que son finitos, y que explotarlos de la forma en que lo hacemos, como si fueran a existir infinitamente, impacta de lleno en el (des)abastecimiento de las generaciones futuras.
Asimismo, significa entender que tanto la producción como el consumo son actividades que generan altos volúmenes de basura y de contaminación. Cuanto más se consuma y más se produzca, mayor cantidad de residuos habrá. Los procesos productivos implican efectos en la huella de carbono ya sea de manera directa o a través de toda la cadena de valor y conllevan un gran uso de energía.
Por último, consumir responsablemente significa tener en cuenta las relaciones sociales y las condiciones laborales en las que se elabora un producto o se brinda un servicio, así como comprender que la distribución del poder de consumo, en nuestra sociedad, no es equitativa.