De chico nos enseñan que el alfil corre en diagonal, los peones nunca retroceden, y que la dama es una de las piezas más preciadas. Hasta que algún día, alguien decide patear el tablero, establecer un camino no convencional por fuera de las lógicas a las que estamos habituados.
Yvon Chouinard pateó el tablero. El 8×8 de las casillas ya no representó un terreno fértil para su pensamiento, para su forma de jugar, para su esquema de relacionar los negocios con el planeta tierra. Para salvar el planeta tierra.
Y decidió entonces no vender Patagonia, no hacerla pública ni convertirla en propiedad de empleados, sino transferir la propiedad a un fideicomiso, Patagonia Purpose Trust, y a una organización sin fines de lucro, Holdfast Collective, con el único fin de que toda la plata que no se reinvierta en la compañía esté destinada a luchar contra la crisis climática y ecológica.
Patagonia seguirá siendo un negocio con fines de lucro y una corporación de beneficios, pero a partir de ahora, en su nueva organización, más que nunca reafirma su compromiso expresado en su misión: “Estamos en este negocio para salvar nuestro hogar, el planeta Tierra”.
Disruptivo, como de costumbre para un hombre que nunca quiso ser empresario aún habiendo conformado una empresa altamente exitosa. Predecible para una compañía que invita a no consumir si no hay necesidad. Pero sobre todo inspiracional. La familia Chouinard -Yvon, su esposa Malinda, y sus dos hijos, Fletcher y Claire- han demostrado que el sentido de responsabilidad de un negocio es un tema serio. Tan serio que requiere reinventar reglas y esquemas. Y que por sobre todo, como bien expresa Yvon, sin un medioambiente saludable no hay accionistas, no hay empleados, no hay clientes y no hay negocio.